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martes, 26 de diciembre de 2006

Otra frase para pensar un poco

"Para quien sabe leer, todo está escrito"
Sigmund Freud

Pregunta: ¿Están los sentimientos amorosos incluidos en esto?
Respuesta: Vaya si lo están.

martes, 12 de diciembre de 2006

If you are there, please let me know.

Yes, because, otherwise, I’ll never know what I’m missing. Ok, it’s true that I don’t believe neither in love nor in things forever. However, in some part of me, I keep the hope that you are there, above all the things that make life so boring, just on the side against the routine, just on my side.
I don’t know whether you are listening or not. I expect you are in my city, in my neighbourhood, in Europe (let’s say Hamburg or London). I don’t mind where you are. I don’t mind if you have a boyfriend or if you are too busy to kiss me, as far as you tell me soon that you exist. For I need to know what I’m missing in not having you. Is it some intelectual complicity? Or something about electricity in being together? Or may be that amazing mix between sex and laughing I can picture when I think of you?
Anyway, if you do it, if you tell me who you are, please tell me too what I’m missing, because I don’t remember any more what I’m looking for when I talk about love.

Vicente Abril

domingo, 10 de diciembre de 2006

Frase para pensar

“Wir haben die Kunst, damit wir nicht an der Wahrheit zu Grunde gehen".
(Tenemos el arte para no perecer a causa de la verdad)
Friedrich Nietzsche

lunes, 27 de noviembre de 2006

Filosofía 2.0 (Una definición para la generación Google)

La filosofía consiste en pensar por uno mismo, en no creérselo todo sin más.
Se trata de ese divertido mecanismo que consiste en dar una oportunidad a lo absurdo, en hacer preguntas incómodas, en buscar las razones que no tenemos para explicar lo que hacemos.
La filosofía comienza desafiando a la rutina, nadando contra corriente el río del mundo y aceptando que la única alternativa es buscar alternativas.
Se trata de una actitud constante de rebelión contra todo lo establecido, aunque sin caer en el error de creer que se anda en lo cierto, de un amor casi patológico por salirse de las convenciones. Nada es tan cierto para la filosofía como que no hay nada cierto.
La filosofía es un juego que se va inventando a medida que se juega, y donde la única regla válida es que las demás reglas duran apenas dos o tres jugadas, hasta que el próximo jugador-filósofo tenga la bienvenida ocurrencia de innovar.
Hacer filosofía es hacer equilibrio entre los distintos bandos de no-filósofos que creen en sus verdades parciales. Hay que aprender a odiar la mediocridad, todos los tipos de estupidez, casi todo lo que la gente hace o dice.
El que juega la vida en el equipo de la filosofía se salta los días pares de lo cotidiano y cae directamente en las casillas-premio de los días en los que todo son desafíos y nuevos modos de pensar.
El que hace filosofía lo pierde todo menos la propia filosofía, y con eso tiene bastante.

jueves, 23 de noviembre de 2006

Instrucciones para suspender

Admitida por todos la superioridad del alumno vago y repetidor, atengámonos a la manera correcta de suspender.
Es importante extremar la cautela, pues en cualquier momento nos puede sorprender el aprobado. Nada debe fallar si queremos estar entre los peores. Hay que recordar que un rato de estudio después del colegio nos puede costar semanas de desprecio por parte de nuestros compañeros.
Siempre va bien comenzar el día con cara de dormido, lo cual da una imagen de nocturnidad claramente incompatible con el rendimiento escolar. Para evitar sospechas, conviene acudir a clase sin los ejercicios hechos y sin los libros leídos. Estaría especialmente bien dejarse en casa la libreta, la calculadora o incluso la mochila. Lo que nunca hay que olvidar es el móvil y el discman, así como una colección de entre 10 y 15 cd’s.
Al profesor hay que recibirlo con cara de asco o de aburrimiento, según sea la asignatura optativa u obligatoria. También es un buen comienzo entrar en clase tarde y arrastrando los pies para provocar un cansancio generalizado. Justo al inicio de la clase hay que pedir permiso para ir al servicio. Si algún compañero tuyo se adelanta en pedirlo conviene estar entre los cuatro que lo acompañan. En cualquier caso siempre nos quedará la enfermería, a la que se va por parejas, en caso de un dolor de cabeza, o de tres en tres en caso de mareo.
Si, por despiste, somos de los que quedamos en clase, hay que estar muy pendientes al siguiente paso. Este puede ser difícil al principio pero no hay que desesperar. Hay que actuar coordinadamente. Con un rápido gesto de la mano izquierda sacamos el móvil y lo ponemos encima de la mesa. Mientras, con la otra mano, sacamos el discman y nos ponemos uno de los auriculares, introduciendo el otro en la oreja de algún compañero, preferiblemente de otra mesa, con lo que le obligamos a estar de pie en medio de la clase.
Nunca está de más tener a mano algo que lanzar a la última fila. Los compañeros del fondo suelen estar muy dispuestos a la colaboración.
Una vez empezada la clase hay que procurar no escuchar al profesor. Sería fatal prestar un poco de atención. En estos casos es una buena ayuda hacer ruido con las sillas; siempre podemos distraer a algún compañero despistado que esté atendiendo.
Cuando al final nos echan de clase, no hay que descuidar la manera de salir. Al levantarse se acusará siempre a algún otro compañero, lo que hace perder un poco más de tiempo. Cuando por fin abandonamos el aula, hay que hacerlo con cierta risita de superioridad que anticipe nuestra satisfacción por ser el objeto de envidia de los otros alumnos que, cobardemente, se quedan en clase.
Si seguimos todas estas instrucciones el fracaso está casi asegurado. Es posible que, debido a los malos hábitos adquiridos en años anteriores, aprobemos alguna asignatura en la primera evaluación. En estos casos no conviene preocuparse en exceso; el curso es largo y ya tendremos ocasión de ir empeorando.
No obstante, a pesar de su comprobada eficacia, se han descrito algunos casos de alumnos resistentes a este método. Siempre es posible alguien inteligente que vaya aprobando con lo poco que escuche en clase. Para estas mentes despiertas siempre es una ayuda el abuso del tabaco y el consumo continuado de pastillas de diseño: están pensadas para ello.
Si de verdad estás convencido de que aprender es perjudicial y lo que buscas es esa felicidad de mente en blanco y fin de semana, no dejes que la escuela te quite tus ilusiones.
Y, sobre todo, no dejes que nadie te diga lo contrario: cualquiera puede estar entre los fracasados.
Vicente Abril

viernes, 17 de noviembre de 2006

La fuerza de voluntad, clave en el Triathlon


Quizá no sepáis esto de mí, pero resulta que soy campeón local de Triathlon. A pesar de lo que pudiera parecer, poseo una increible fuerza de voluntad que me hace invencible en esta dura disciplina deportiva. En cuanto empiezo a correr, a nadar o a pedalear, comienza una lucha contra el dolor en la que éste último no tiene ninguna oportunidad de vencer. Puedo permanecer sin respirar durante horas, soportar quemaduras de tercer grado en ambas piernas o perder la vista de un ojo, pero nunca abandonaré la carrera antes de cruzar la línea de meta.
Mi última carrera fue toda una exhibición por mi parte. Le saqué diez minutos al siguiente clasificado, una vecina de 62 años (pura fibra) que me puso las cosas difíciles en los primeros kilómetros a nado. Los dos albinos estudiantes de informática no lanzaron la toalla en ningún momento y ganaron terreno en la carrera campo a través. Los demás competidores, una niña diabética y un nacionalista sin medicación, estuvieron a gran altura pero nada pudieron hacer contra mi fuerza de voluntad.
Al final de la carrera todos tuvieron que reconocer mi superioridad, salvo uno de los albinos estudiantes de informática, que hizo una extrañas declaraciones en código binario y el nacionalista que se manifestó horrorizado por la falta de homogeneidad de los participantes.

Vicente Abril

viernes, 10 de noviembre de 2006

Sobre la manera correcta de atacar los tigres


Bien, antes que nada aclarar que los tigres sólo atacan a humanos cuando se sienten ofendidos. Otra cosa ocurre con los búfalos, esos cobardes malolientes. En este caso los tigres atacan porque sí, sin más.

Pero con los humanos, como digo, la situación es otra. Si un tigre y un humano se encuentran cara a cara, lo más probable es que el tigre se dé la vuelta y vaya a buscar la soledad de la selva, evitando problemas. Ahora bien, si el humano empieza con indirectas ofensivas del tipo "Pues parece que alguien está en peligro de extinción por aquí...", es posible que el tigre comienze a irritarse.

Aún así, un tigre estandard, tratará de no caer en la sucia provocación del humano medio y correrá para internarse en la selva.

Sólo si el humano persigue al tigre cantando canciones humillantes para los antepasados del tigre se producirá la esperada reacción, más conocida como ataque de tigre, y aquí nos atendremos a la manera correcta en que tal ataque ha de producirse.

El tigre flexionará las patas traseras procurando ganar el impulso necesario para caer directamente en la yugular del humano, que le esperará preferiblemente con gorro de explorador y cara de espanto. Tras el ataque prediseñado por miles de años de evolución, el tigre dará una muerte instantanea, limpia y más que justificada al hombre, quien quedará como un heroe y reducirá a nuestro tigre a la categoría de alimaña, el pobrecito.


Vicente Abril

jueves, 9 de noviembre de 2006

El libro que yo tengo






Dejando a un lado la razón por la que lo escribí, resulta que tengo un libro resistente al agua y al paso del tiempo. Pero vayamos por partes.
Si bien lo de ser impermeable no pasa de ser algo anecdótico, algo sólo para familiares y curiosos, habrán de reconocer que lo segundo sí es, cuanto menos, asombroso. No en vano es objeto de discusión y admiración entre catedráticos y escritores de todos los lugares. Cosido con el firme hilo de las tesis definitivas y encuadernado con la cola de lo irrefutable, no hay argumento que lo convierta en caduco.
No obstante, no se puede decir de él que sea un libro para todo el mundo. Los lectores de lo impreciso y de lo improbable, que nunca se dejan seducir por el rigor de las palabras exactas, no se sentirán a gusto entre tanta certeza. Es de esperar que a ellos el libro se les atasque ya en la introducción, donde se declaran de una vez por todas cuales son las verdades posibles.
Además de toda clase de respuestas acerca de toda clase de temas, debo reconocer que el libro me da una inmensa seguridad. Recurro a él ante cualquier disputa entre ciencia o religión, cualquier conflicto de tipo ético, e incluso ante dudas que otros libros despiertan, en su torpe afán de informar. Todo lo cual, claro, hace que mi reputación como conversador aumente. De hecho, desde que soy lector de mi propio libro, todos dan por supuesta la superioridad de mis argumentos, quedando como algo evidente, entonces, la absoluta futilidad de sus propios puntos de vista. Es más, la expresión punto de vista ha dejado de tener sentido, siendo definida en mi libro como un completo fraude del pasado. En esto está a la altura del concepto opinión que, tras años de inmerecida popularidad, ha acabado por engrosar la lista de prejuicios en el tercer apartado del libro, titulado Prejuicios de la tolerancia.
Para librarme de ese malestar que consiste en dudar, abro mi libro apenas conozco a alguien. Y es que, además de referencia inevitable en cuestiones académicas, mi libro contiene también una lista completa con los nombres de las personas que resultarán importantes en mi vida, ordenadas además por la clase de afecto que despertarán en mí. Así es como me libro yo de la inseguridad de ciertos futuros; no tengo más que buscar un nombre en mi libro para saber qué puedo esperar de dicha persona. De hecho, la historia del libro tiene cierta relación con esa clase de dolor que surge de querer a alguien.
En un principio no había libro. Contar tan sólo con intuiciones y sentimientos no era garantía de nada. Andaba siempre confundiendo las palabras, equivocando propósitos y perdido en el asfixiante recinto de lo probable. Y porque el método de la margarita siempre daba errores, decidí cambiar los pétalos por páginas, hacer mi propio destino y dejarlo escrito, para no caer en la tentación de cambiarlo.
Del día que la conocí no se puede decir que fuera un mal día. Como tampoco se puede decir de mí que sea un buscador de nada. Apareció sin que yo la esperara. Llegó, sin más, como quien meramente llega a algún sitio, como quien baja del tren por error. De ese modo, como dándose cuenta de que no había elegido la parada correcta, se sentó a mi lado.
Hubo un rápido intercambio de gustos, de lugares y libros favoritos, de ideas generales y pronto nos instalamos en una incómoda incertidumbre acerca de qué hacer con nosotros. Creo que ambos dudábamos entre invitarnos mutuamente a vivir juntos o despedirnos sin hablar de volver a vernos, sin más. Finalmente decidimos lo que siempre se decide en estos casos, es decir, nada. Simplemente nos quedamos unas horas más, dudando y fascinándonos, mirándonos, empezando a querernos.
La cosa siguió así durante varias semanas. Luego, sin que nadie la llamara, vino la mala suerte. Perdió su eficacia aquella operación que consistía en completarla y empezó a ser una chica incierta, llena de aspiraciones aburridas y de deseos extraños. Pronto me sentí ajeno a sus frases, a las palabras utilizadas, tan sin mis matices. Y empecé a pensar que sus sueños no tenían nada que ver conmigo.
Entonces escribí el libro, para no tener que asistir de nuevo al odioso matrimonio entre soledad e incertidumbre que siempre se celebra en estos casos de desilusión. Recuerdo que una vez toqué uno de sus dedos tímidamente con uno de los míos. Juraría que ella respondió con cierto movimiento, como queriendo hacer del pequeño y frívolo roce de dedos una seria cuestión de las dos manos. Pero no le di tiempo: me separé de ella y la dejé con la ingenua sonrisa de quien se sabe adorada. Para entonces ya la quería, pero no me detuve. Su nombre no aparecía en mi libro.

Vicente Abril