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domingo, 28 de enero de 2007

Sobre novias, índigos, bloggers y escritores

Después de tanta vuelta y tanta búsqueda, resulta que la vida era eso, escribir y que te escriban. Nada mejor que llegar a un sitio y notar que alguien te ha leído, que alguien se ha parado a pensar y te ha dedicado unas líneas de su tiempo.
Escribir para alguien es esa forma sublime de amistad que consiste en regalar lo mejor de uno mismo, en buscar las palabras justas para acabar dando con la combinación secreta que abre la puerta del interior de la persona escrita.
Hay gente que vive, que hace cosas, que se deja llevar, que va tirando con sus pequeñas ilusiones cotidianas. Y luego hay gente que lee y que escribe, gente que tiene la gran ilusión de dejar huella, de ir haciendo camino y dejar pistas para ser encontrado. Porque escribir es eso, es dejar que te encuentren, que te conozcan. Es decir a los demás dónde y cómo estás.
Según una fórmula matemática recién inventada, con cada línea escrita por un escritor se contestan cuatro preguntas, las cuatro que el lector formula. Cuando se va más allá y se escribe un párrafo, o una página entera, el escritor pierde ya sus secretos y empieza a contestar a todo lo que un curioso lector quiera y sepa preguntar.
Las palabras son el tejido invisible de esa gran red que nos une y atrapa a los humanos, que nos hace dependientes, que nos obliga a desearnos unos a otros y de la que es tan difícil escapar. Hay veces que la vida es comprensiva con los deseos de uno y te consiente más de lo merecido. Entonces te deja caer en una red llena de novias, índigos, pequeños Jenkins, chinos de corazón, futuros filósofos y escritores, amigos de siempre y amigos recientes, una red de la que nadie quiere escapar. Es entonces cuando te paras, buscas las palabras justas y escribes que nada mejor que escribir y que te escriban.
Gracias bloggers.

martes, 23 de enero de 2007

El disparate de tener novia

Dejémonos de hipocresías: tener novia es un disparate. Pero ya no sólo por la herida abierta en tu orgullo al tener que reconocer que estás enamorado, sino por la situación en sí misma. Tener novia es un sinvivir constante, una continua preocupación, un cálculo equivocado sobre lo que ganas y lo que pierdes. Y donde la máxima recompensa es sexo rutinario con una persona que ya te quiere. Ya hay que ser retorcido para ver el atractivo en eso.
Tener novia es una de esas cosas que siempre crees que sólo les ocurre a los demás hasta que cualquier día te sorprende la mala suerte y terminas paseando de la mano con una desconocida. Por muy buena persona que seas, y por muy bien que hagas las cosas, en cualquier momento, lo merezcas o no, una novia entra en tu vida.
Al tener novia se activa automáticamente el mecanismo de la mentira y el fingimiento: de repente los besos ya no son un medio sino un fin, nos empezamos a fijar en los ojos y hablamos constantemente de comunicación y comprensión. En pocos meses perdemos toda la dignidad y empezamos a decir que estamos cómodos en posturas imposibles, que no hace falta que se levante, que nos gusta dormir abrazados y cosas por el estilo. Y todo con tal de que la novia se sienta correspondida.
Una novia de verdad te besa y te abraza constantemente, sin motivo, en cualquier lugar, a cualquier hora, aunque tú no hagas nada para merecerlo. Y no puedes evitarlo. Porque tener novia es eso, es no poder hacer nada por evitarlo. Porque una novia siempre está cerca, merodeando, alejando otras posibles novias, dispuesta a llorar, a morderte, a dejarse querer, a estar ahí.
Las novias, esas alimañas del afecto, esos vampiros sin solución, esos demonios nocturnos, inmunes al exorcismo de la razón, son la bestia negra de cualquier espíritu libre, de cualquier filósofo independiente, de cualquiera que quiera llegar a casa un viernes por la noche, sentirse solo, encender el ordenador y ser feliz a su manera, escribiendo, por ejemplo, sobre el disparate de tener novia.

Vicente Abril

domingo, 21 de enero de 2007

Todos somos chinos


El profesor Milton, viajero incansable y estudioso de la raza humana, ha llegado a la sorprendente conclusión de que todos somos chinos. Chinos mandarines, cantoneses, amantes del kung-fu o freakis disfrazados de Elvis, la sorprendente verdad es que dentro de cada uno de nosotros hay un chino que nos recuerda que todos somos iguales.
Por mucho que nos empeñemos en tener pasaporte y en ser canadienses, argentinos, rusos o españoles, si nos miramos por dentro de la camiseta y por debajo del color de la piel, no veremos más que un chino, un pequeño chino oculto, dialogante, expresivo, abierto y humano.
Apoyado por siglos de investigación, y cansado de las guerras y las alambradas, el profesor Milton -mi alter ego- describe al chino que llevamos dentro como un chino con rasgos africanos y acento europeo. Si se le conoce bien, se trata de un ser modesto, alegre, dispuesto a compartir, amante de las costumbres locales y de los distintos dialectos del idioma humano. Nada mejor para nuestro chino interior que saltarse las fronteras, que hablar con gestos, que entenderse con cualquiera.
A los chinos que somos en el fondo nos gusta jugar al juego de ser universales, de borrar naciones y de dibujar personas. Nos gusta tener los amigos repartidos y los elegimos por las ideas que tienen, no por las palabras que usan para decirlas. Se sabe que todos somos chinos porque todos sufrimos por lo mismo, porque a todos nos gusta lo mismo, porque nos duele que nos señalen como diferentes y porque las puertas cerradas son un mal rollo a evitar entre todos. Y ya hay demasiadas puertas cerradas con nombres de naciones, lenguas, nacionalidades o clases sociales.
Suerte que el chino que somos en el fondo siempre tiende la mano a cualquiera y su última palabra es un saludo.

Vicente Abril

jueves, 18 de enero de 2007

Incubus y Morris Waiter le dicen a Milton que...



(Canta mi amiga Isabel Pummer)



Could be!
Who knows?
There's something due any day;
I will know right away,
Soon as it shows.
It may come cannonballing down through the sky,
Gleam in its eye,
Bright as a rose!


Who knows?
It's only just out of reach,
Down the block, on a beach,
Under a tree.
I got a feeling there's a miracle due,
Gonna come true,
Coming to me!


Could it be? Yes, it could.
Something's coming, something good,
If I can wait!
Something's coming, I don't know what it is,
But it is
Gonna be great!


With a click, with a shock,
Phone'll jingle, door'll knock,
Open the latch!
Something's coming, don't know when, but it's soon;
Catch the moon,
One-handed catch!


Around the corner,
Or whistling down the river,
Come on, deliver
To me!
Will it be? Yes, it will.
Maybe just by holding still,
It'll be there!


Come on, something, come on in, don't be shy,
Meet a guy,
Pull up a chair!
The air is humming,
And something great is coming!

Who knows?
It's only just out of reach,
Down the block, on a beach,
Maybe tonight...

(Who knows de la película West Side Story)




sábado, 13 de enero de 2007

Diálogo para perderse todavía más.





Zacarías: ¿Qué piensas?

Milton: Nada serio. Ando buscando una palabra.

Zacarías: ¿Qué palabra?

Milton: Pues no la sé. La estoy buscando porque no sé qué palabra es.

Zacarías: Pero ¿Cómo puedes buscar una palabra si no sabes cuál es?

Milton: Porque sé a qué se refiere. Es como una sensación que tengo a veces. Y ninguna palabra me gusta para referirme a ella. Es como…

Zacarías: Bueno, a ver si te puedo ayudar. ¿Qué sensación es esa?

Milton: Mira, es como cuando todo te va bien, y todos te quieren y lo que haces te gusta, y sin embargo sientes que estás…. ¿Ves? Ahí estaría la palabra que busco.

Zacarías: Bueno, puede ser soledad.

Milton: No, no, que va. He probado con soledad, miedo, incomprensión, frustración… pero nada.

Zacarías: Se tratará de algo más profundo. ¿Has probado con angustia, sentido de la vida, autorealización?

Milton: Claro, ya me conoces. Pero nada. Es algo más sutil. Es algo que a veces está en la mirada de alguien y a veces no. A veces no lo encuentras en ninguna persona, y de repente, estás escuchando una canción, o viendo una película y… ¡zas!… ahí está.

Zacarías: No estarás hablando de amor, ¿no?


Milton: No, no. Es más bien algo real, algo que sí que existe, aunque dure muy poco, no sé, unos días, diez segundos, dos miradas.

Zacarías: ¿Quieres decir que el amor no es real?

Milton: Bueno, mejor no entremos en eso o nos faltarán más palabras.

Zacarías: Ya.

Milton: No sé, mira, estoy rondando esa palabra mucho tiempo. La busco en libros, en los dibujos de las nubes, por encima de las mesas, entre los papeles. A veces me miro en los bolsillos, pero nada. Creo que voy a dejarlo.

Zacarías: No, no, para nada. No puedes dejarlo ahora. Ya casi la tienes.

Milton: Sí, lo sé. Pero quizá es eso. La sensación me refiero. Es como casi tener algo y quedarse apenas en el primer roce. Es como encontrar algo y perderlo al mismo tiempo. Como cuando te cruzas con alguien en la vida y a la vez que le ves llegar, le ves alejarse.

Zacarías: Sí, sé lo que dices.

Milton: ¿Y tienes la palabra?

Zacarías: No, lo siento. Nada mejor que darle a un amigo una palabra. Pero no.

Milton: Ya.

Vicente Abril.

jueves, 4 de enero de 2007

Los gemelos Jenkins


Es sabido que con cada par de gemelos la naturaleza reedita un capítulo más de maldad sin límites. Las inevitables ganas de ser únicos de los que nacen gemelos les hace convertirse en corredores de una carrera demencial que siempre termina en golpes, envenenamientos, robos y trastornos mentales.
Conocer a gemelos equivale a cien años de mala suerte, a desdicha inacabable, lo peor que le puede pasar a uno. Un gemelo típico se obstina en la maldad como cualquier niño se obstina en crecer. Cada gemelo es algo así como medio demonio alzado sobre sus patas de atrás, envuelto en babas y armado con los cuchillos más sucios de la envidia y la codicia.
Sin embargo, en el caso de los Jenkins, esta maldad innata que decimos de todo gemelo, se da combinada con un talento infinito para la seducción, lo cual hace de ellos unos seres irrepetibles y entrañables. Su historia merece contarse desde el principio.
Como cualquier alimaña que se escapa de su jaula, el nacimiento de los gemelos Jenkins estuvo marcado por el principio de la locura de sus padres. Estos han descrito la infancia de los gemelos como una caída al vacío, como un río helado que se desborda, como cien volcanes a la vez, como una persecución al límite de velocidad, como una noche con dolor de estómago que no termina nunca.
A pesar de ello, los gemelos Jenkins disfrutan de gran popularidad, no faltándoles cartas de afecto y amor de cualquiera que les conoce. Veamos por qué.
De costumbres nocturnas, los Jenkins abandonan su cuarto-madriguera al atardecer, momento en que las víctimas están más desprevenidas. Los gemelos Jenkins son tan sutiles en sus movimientos que pueden dejar embarazadas a varias mujeres en la misma noche, creyendo además éstas pobres que no han pasado de los besos en su contacto con el Jenkins.
Con amplios conocimientos en literatura y filosofía, los gemelos Jenkins manejan las palabras con la misma precisión con la que dan los besos. Saben tejer redes irrompibles entre ellos y sus presas, redes de ideas y de olores, de recuerdos y de ilusiones, en las cuales cree la víctima haber curado de su protervia al maldito Jenkins. Pero nadie mejor que un gemelo Jenkins para sacar partido de esta ambición tan femenina de curar al hombre, de domesticarlo para siempre.
Porque un gemelo Jenkins sabe que la maldad y la lucidez son la envidia de todos los demás, de todos esos pobres mediocres que se conforman con gustar, con ser buenos, y que no tienen la suerte de ser un Jenkins. Siempre se les odiará, se hablará mal de ellos, pero en el fondo siempre se pensará en ellos, se aspirará a ellos. Porque sí, porque son malos, y porque esa es nuestra verdadera vocación. Y es que a los gemelos Jenkins se les quiere no por lo que hacen, sino por lo que son.


Vicente Abril

martes, 2 de enero de 2007

Última carta a los Reyes Magos:

A pesar de la indiferencia mostrada ante las anteriores ediciones de mi tradicional Carta a los Reyes Magos, me decido a daros una última oportunidad. Deposito en vosotros toda mi esperanza de felicidad completa para el año que viene. Si sigo sin recibir nada de lo solicitado, el año que viene asumiré que no existís, lo diré al resto de niños y reanudaré el contacto con mis padres, a pesar de ellos.
Como lo material ya no llena, y los juguetes se terminan por olvidar, este año me he decidido a pedir personas. Tengo un par de nombres en la cabeza, no sé, tres quizá, cuatro. No encuentro tampoco mucho más interesante en los escaparates humanos. Si prefiero la gente a los juguetes, es porque las personas se resisten un poco más a ser olvidadas, y los puedes ver –pobrecitos- haciéndose los interesantes, comprándose ropa, probándose nuevos perfumes, tratando de hacer ver lo que saben, llamándote para nada. Y todo para durar un poco más en tu imaginación, en tu vida, que es como una gran mesa de juegos, de la que se van cayendo poco a poco las personas.
Los juguetes -esos demonios disfrazados de plástico- duran apenas una temporada, un cumpleaños, dos partidas, una versión. En cambio las personas -esos juguetes disfrazados de dignidad- resisten lo que dura un curso, un hobbie compartido, un enamoramiento.
No mucho más, pero sí algo más, espero de las personas, de la gente. Tengo algunos nombres en la cabeza. Espero que me lleguen cuanto antes. Y espero también saber a qué jugar.

Vicente Abril