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martes, 21 de agosto de 2007

Toda la verdad sobre los peones

Que los peones son unos seres pendencieros debido a su complejo de inferioridad es algo que todo el mundo sabe. Lo que ya no es tan conocido para la gente ajena al mundo de ajedrez son los detalles de su comportamiento, sobre todo durante los fines de semana que todas las piezas del equipo pasan juntas cuando juegan fuera y han de compartir casa. Su conducta, entonces, es deplorable y una auténtica vergüenza. Lo que sigue es algo que no podría decirse, por ejemplo, de un caballo, tan curioso y obediente, o de un alfil, tan atento y limpio.
Ya es muy indicativo de la retorcida personalidad de los peones la forma que tienen de levantarse y de dar los buenos días. Nada más abrir los ojos un peón, lo primero que hace es contar a gritos todo lo que ha soñado esa noche, sin importarle que los demás aún estén durmiendo o incluso si les interesará a estos que el peón haya soñado con álfiles azules derritiéndose en un gran caldero cuyo fuego es avivado por peones caníbales, o con torres y caballos despedazándose mutuamente en un gran circo romano con las gradas llenas de peones disfrazados todos de Calígula.
Como los peones son terriblemente madrugadores y despiertan a los demás, todos llegan a la hora del desayuno con unas ojeras que no quisieran. Es éste un momento muy esperado por los peones, más que nada por las posibilidades que da el desayuno para manchar irremediablemente a los confiados álfiles que, por haber ido todos a colegio de pago, son muy amantes de la limpieza y el orden extremo. Los peones lo saben y aprovechan el menor movimiento para tirarles encima el zumo de tomate, momento en el que el álfil salta hacia atrás horrorizado, dándose cuenta de que ya es muy tarde y que no le queda tiempo para cambiarse el uniforme antes de la partida. Entonces los demás peones celebran la broma riéndose de forma grotesca y ruidosa, abriendo exageradamente las mandíbulas para dejar ver la comida que están masticando, lo cual provoca malestar y vómitos generales.
Poco después, cuando todo el equipo se dispone a coger el autobús que los llevará al tablero, los peones se apresuran a subir los primeros para asegurarse los asientos de detrás. Para entonces, las demás piezas ya han empezado a murmurar sobre las medidas a tomar con los peones. Seguramente se tomará la misma determinación de cada día y se les limitará el movimiento a una casilla durante toda la partida.
Ya en el autobús, los peones empiezan a cantar en falsete rancheras de la peor época de Negrete, pero con unas letras que se inventan ellos, cuyo contenido ideológico liberal molesta a las torres, declaradamente católicas. Tan ofensivo resulta para ellas, que han de bajarse del autobús y coger un taxi, lo cual aumenta considerablemente los gastos del equipo.
A veces uno de los peones finge tener un ataque de ictericia, quejándose de picores y dolores ariticulares. Todo esto obliga al autobús a parar durante media hora, razón por la cual se suele llegar tarde a todas las partidas. Cuando el médico del equipo ­–que en realidad es un viejo caballo retirado que tiene la carrera de medicina, y que sigue acompañando a sus compañeros– examina al peón indispuesto y comprueba que no tiene nada, éste dice sentirse mejor y que todo era psicológico. Todo esto molesta mucho al viejo caballo-médico, que es enemigo de las vanguardias y de las medicinas alternativas. La ocasión es aprovechada por los peones, que se pasan el resto del viaje contando chistes sobre homeópatas, para lo cual están especialmente dotados.
Después del viaje que los peones hacen padecer a los demás, se llega al tablero, casi siempre tarde o con el tiempo justo. Precisamente, es en el vestuario donde las piezas se cambian antes de salir a jugar, donde el mal comportamiento de los peones alcanza un grado realmente ofensivo y de mal gusto. En esta ocasión, las víctimas predilectas vuelven a ser las torres, cuyo extremo y católico recato hace que les resulte muy embarazosa esta situación.
Nada más entrar en el vestuario los peones comienzan a mirar lascivamente a las torres, aunque en realidad no sean del gusto de éstos. Estas miradas incomodan a las torres, que buscan los rincones más apartados para poder cambiarse en paz. Ni que decir tiene que los peones no dejan en ningún momento de pasar por delante de las torres, mostrando su animal sexualidad, paseando con unos calzoncillos mínimos, por los que dejan asomar sus enormes vergas de peón. Incluso, si les parece oportuno, alguno finge resbalar y caer encima de la torre, acción que siempre es seguida por el amontonamiento de diez o doce peones desnudos encima de la pobre torre, que no sabe en qué postura ponerse para evitar el roce con los peones. Estos, en ningún momento dejan de meter mano a la torre, con la excusa de que todo es una broma y de que ahí nadie es homosexual. Dicen los peones que el hecho de alcanzar la erección durante esta travesura se debe simplemente al viaje en autobús, que ya se sabe.
Sin embargo, todo acaba cuando empieza la partida, momento en que los peones parecen transformarse y aceptan con una disciplina asiática las órdenes de sus superiores, así como el consabido castigo que limita sus movimientos a una casilla por jugada.
Los expertos en pedagogía moderna y amantes del mundo del ajedrez se han cuestionado siempre acerca de la conveniencia del castigo tradicionalmente aplicado a estos incorregibles, es decir, la limitación de sus movimientos durante la partida a una casilla por jugada. Incluso se han planteado la posibilidad de un tratamiento alternativo basado en la comunicación y en la tolerancia. Estos autores se basan en la idea de que dicho comportamiento tiene en su origen un sentimiento de inferioridad, para lo cual la comprensión y la integración son la mejor medicina. Incluso hay quien ha querido ver en la conducta de los peones una analogía con el papel desempeñado por las clases sociales menos favorecidas en las revoluciones sociales. En el ámbito de la psicología también hay autores que los han comparado con los delincuentes reincidentes más peligrosos, queriendo interpretar la conducta de ambos, delincuentes y peones, como una manera de llamar la atención, con la que intentarían compensar una falta fundamental de afecto durante la infancia. Finalmente, desde la biología se ha apelado a una dotación genética inferior de los peones, lo que explicaría su falta de capacidad para aprender las normas sociales básicas de convivencia.Como puede verse, todavía no hay nada claro sobre el extraño fenómeno del mal humor camorrista de los peones. Hasta que aparezca una alternativa mejor, lo más seguro parece ser seguir manteniéndolos en la disciplina de una casilla por movimiento.

miércoles, 8 de agosto de 2007

London: 24 hours open. The greatest endless city.

Foyles Bookshop and the Ray’s Jazz Café, the 45 theatres in the city center, St. James Park, the Soho, The Thames and its ships, Candem Town Market, Covent Garden with its Arts and Craft Market and its street performances, the great Ronnie Scott’s Jazz Club with its best live jazz music in Europe, the Pizza Express Jazz Club, the Ain’t Nothin' But Blues Bar, The Prince Charles Cinema, the Freud House and Museum, the National Film Theatre, Virgin Megastore for Cd’s and Dvd’d and musical instruments, Portobello Market, live music in different Tube stations, the Shakespeare’s Globe Theatre, The British Museum and the British Library, the Tate Modern, the Natural History Museum, the Science Museum....
I’d better not go on because I would need more than a blog to talk only about my favorites places in London. For you won’t never have enough days in your live so as to take everything that this great city is able to offer you. London is a crossroads, a big meeting point for different races and cultures. London is a space for understanding, a big and crowded street, full of different colours and languages, where everyone knows that the most important thing is the coexistence.
It’s a city for everyone and for no one, a land without a owner, opened to suggestions, always looking forward to improve. London is a very fond of people city. There are everywhere thousands of signs to indicate people where they are and which way they have to follow to reach the places they are looking for. With no doubt, London is the best selfexplained city in the world.
You could spend a whole life walking along London’s streets, or going out every night, trying to know every new venue in the Soho or Covent Garden. You could spend all your money by going to the theatres to see the 30 musicals you can find in them. But there will be no point in that, because London is an endless city, a kind of kaleidoscop of mankind which is always changing and growing to impress you.
Updating the famous Kennedy’s sentence, I’d say that I’m also a Londoner.