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viernes, 16 de noviembre de 2007

Mis amigos y yo

Mis amigos y yo nos distraemos, entre otras cosas, de la siguiente manera: los domingos por la mañana salimos de nuestras casas en busca de alguna montaña lejana, dejamos atrás unos cuantos pueblos, nos dejamos querer, desviamos el curso de un río y nos volvemos a casa a merendar cuanto antes. Todo esto lo hacemos para evitar la ingrata tarea de calcular lo bien acompañados que estamos en el día-a-día.
Mis amigos y yo somos de los que nos decimos las cosas y tiramos de imaginación para hacernos morder el polvo, cuando alguno, en el mejor de los casos, inventa mentiras sobre el otro para confundir sus recuerdos o le mina la moral haciéndole ver lo mal que conduce, cuestión en que los hombres siempre andamos inseguros. A veces, en los momentos más difíciles de las excursiones, cuando el aire nos falta a alguno, o cuando el tobillo nos traiciona y nos enseña el dolor que hay escondido debajo de cada piedra, hacemos los demás observaciones sobre gorditos y cobardes, sobre la falta de tiempo y sobre lo que nos falta por aprender. En ese momento el amigo caído se queja de falta de ayuda y empatía, siendo estas las palabras más repetidas en la consiguiente discusión que dura hasta la hora de comer. El enfado termina cuando alguien dice eso de qué bueno está todo en el campo, momento celebrado por todos con el ritual de compartir servilletas, frutos secos y mandarinas.
Pero todas estas maldades están más que calculadas y no son más que nuestras pequeñas estrategias para mantener alerta y entrenado al amigo, pues todos sabemos las heridas y rozaduras que causan los otros que no son los amigos.
Porque cuando estoy con mis amigos, se me olvidan las ganas de contar hasta mil y pienso en esas pequeñas cosas que nos afectan a ellos y a mi, en canciones y en juegos, en chistes malos contados en su momento y en esas palmaditas disimuladas que nos damos en la espalda y que en realidad son caricias escondidas que se muerden la lengua y que se quedan pensando "no te alejes".También, cuando estoy con mis amigos, se me ocurren cosas como hablar con ellos y pedirles su opinión, y me sirven de espejo para ver si llevo bien mi vida y para no caerme en las maniobras difíciles del amor y del trabajo. Y es que lo que tienen mis amigos, al menos los míos, no es que estén en los buenos y malos momentos, al modo de los amigos de los demás. Mis amigos son esas personas que crecen en mi memoria, que a veces me llaman, que a veces me dejan solo, que se ríen cuando yo quiero que se rían y que siempre saben por qué y cómo me ilusiono con ellos.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Noches


De pequeño soñaba con perder el equilibrio, con caerme por agujeros, con perder las cosas de los bolsillos, con llegar tarde a casa. La angustia de pequeño no tenía forma concreta, ni nombre, ni razón. De niño, y sin saber que lo sabes, intuyes que en cualquier momento puedes abrir los ojos y estar solo. Porque la noche dispone de cierto mecanismo que te puede dejar sin nada. Un mecanismo que se repite al azar, durante varios años, que te avisa y ante el cual nada se puede hacer. Tan solo despertarse y tratar de comprender.
El amor, más que nada, es un intento complicado de pasar el relevo, de ser pequeño cuando ya eres mayor, de querer que te quieran como nadie puede, que te den lo imposible cuando ya no es el momento. Y lo sé porque me acuerdo bien. Porque para mí la infancia fue ayer, tanto fue lo que soñé.
Y es que en algún momento de nuestra infancia jugamos una determinada partida, no se sabe de qué ni contra quién, pero su resultado es tan decisivo que el resto de la vida va a ser, bien una búsqueda de revancha, bien una celebración. A eso también se le llama personalidad.
Y no se puede olvidar. Podemos contar hasta tres, hasta cien, o hasta mil, pero al abrir los ojos la infancia siempre estará ahí, para bien o para mal. Y habremos ganado o habremos perdido. Pero no podremos olvidar.
Sin embargo, siempre quedará otra opción disponible. Más incómoda, incierta e incompatible con una fácil felicidad. Sólo para inconformistas. Sólo para aquellos que se atrevan a ser lo que pueden ser. Me refiero, claro, a seguir jugando.