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domingo, 31 de agosto de 2008

Volver

Nadie quisiera nunca volver del todo. O tal vez sí, no estoy seguro. Es preciso volver mucho y fijarse bien cada vez que se vuelve para estar seguro. Tan enigmático y difícil es esto de volver. Porque volver es, al mismo tiempo, motivo de alegría y de pena. Volver es triste porque uno tiene la sensación de ciclo, de no avanzar, de andar pisando un suelo cenagoso en el que para nada valen los pasos dados. Uno piensa entonces que la vida es corta, que esto son cuatro días y que para qué, que no se avanza, que siempre igual. Decía Lacan que uno de los mecanismos básicos del inconsciente era la repetición, de los mismos síntomas, de los mismos sueños, de los mismos lapsus, de las mismas ilusiones perdidas. Y llevaba razón. Ya lo creo que llevaba razón.

Por otro lado, volver es una oportunidad para el reencuentro, para mezclarte de nuevo, para dejarte llevar por nuevas ideas, por nuevas personas. Entonces creemos que siempre hay cosas nuevas que contar, que volver es un modo de acumular logros y experiencias, de notar el avance, y recobramos nuestra fe en el movimiento rectilíneo, y pensamos que el lugar al que se vuelve es el horizonte estático respecto al cual nos movemos, como tan claramente comprendemos en cuanto subimos al tren. Vemos como la ciudad se queda y, en cambio tú, te mueves. Lo mismo creemos que ocurre cada vez que vuelves; que te sientes libre respecto a aquello a lo que vuelves, pues notas que eres tú quien va y viene, siendo la ciudad la que se queda.

Pero quien vuelve a menudo sabe de sobra que todo esto no es del todo verdad porque, en realidad, como ya nos dijo Ortega, las circunstancias forman arraigadamente parte de nosotros, así que la ciudad está tan dentro de ti, tan sujeta a tu manera de mirar, que el movimiento, esa sensación de ir y volver es tan sólo aparente. Porque en realidad no vuelves a ningún sitio, ya que nunca terminas de irte.

Volver no es más que un modo distraído de seguir. Y sin embargo, año tras año, insistimos en volver, en creer en esa maldita espiral que nos sube a alguna parte a costa de repetir lo mismo.

domingo, 27 de julio de 2008

París

París es una ciudad con visión de futuro. Hecha a lo grande cuando todo aún era pequeño. Una de las cunas de la cultura universal, tratando de arrojar luz a lo largo de una historia demasiadas veces oscura, con su Sorbone, sus lumières, sus artistas de principios de siglo. París es una ciudad pensada para impresionar, para gustar, para que el turista se canse de ver cosas enormes. Sus calles están llenas de pastelerías, restaurantes, cafeterías con su terracitas, palacios, iglesias por todas partes.
A París hay que ir con ideas ya en la cabeza, con citas aprendidas de filósofos, sobre el amor, sobre la libertad. Al estar en París, conviene ir recordando escenas de películas, intentar vivir con la intensidad de los grandes personajes, tratar de soñar sin limitaciones.
Y también, a ser posible, compartir todo eso con tu Amelie particular, que estará, además de haciendo fotos, pensando a tu lado en las cosas buenas del mundo y tan contenta como tú de estar unos días en París.

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martes, 3 de junio de 2008

Viaje a la Luna


ÉL: ¿Nos vamos a la Luna?

ELLA: Claro.

ÉL:
¿Claro porque es el viaje que siempre has querido hacer?

ELLA: Sí, por eso también.

ÉL: ¿Claro porque te gusta la aventura y no tienes miedo a lo desconocido?

ELLA: Sí, en parte.

ÉL: ¿Claro porque quieres vivir varias vidas en una y no te gusta conformarte?

ELLA: Sí, por todo eso. Pero sobre todo porque al viaje vienes tú.

ÉL: Es que para mí viajar a la Luna es ir a cualquier sitio al que vengas tú.

ELLA: Pues por eso. Nos vamos a la Luna cuando quieras. ¿Serás tú mi astronauta?

ÉL: Claro.

ELLA: ¿Claro porque me quieres y el viaje durará mucho?

ÉL: Sí, en parte porque te quiero.

ELLA: ¿Claro porque te gusta la aventura y quieres que vivamos varias vidas en una?

ÉL: Sí, también por eso.

ELLA: ¿Claro porque el viaje es lo que siempre has soñado?

ÉL: Sí, pero sobre todo porque en mis sueños la astronauta eras tú.
.
ELLA: Jo.

domingo, 30 de marzo de 2008

Autorretrato

Abres los ojos y compruebas la existencia de ese gran mal que es la distancia. Porque la distancia está ahí, inevitable, acechando en cada uno de tus días, separándote de las personas que tienes, que te gustaría tener, separándote de las cosas que ya apenas recuerdas y que forman parte de ti. La distancia hace de la comunicación un espejismo, porque ya no hay palabras que te acerquen a nadie. La distancia es ese gran mal que cada noche soñamos que desaparece.
Nada mejor, entonces, que cerrar los ojos. Porque no hay mejor espejo que cerrar los ojos. Y empezar así un autorretrato, que no es más que un último intento de frustrar el plan de la mentira cotidiana de ser uno mismo.
Y entonces resulta que no eras como te creías, una persona de carne y hueso, dolorosamente sujeta a la gravedad y a tantas otras leyes limitadoras. Eres más bien una especie de duendecillo verde, una gran bola de luz con ideas propias, que vives flotando en las fantasías de los demás, andando de sueño en sueño, poniendo música donde sólo hay silencio y llenando de risas los momentos más tristes. Porque cierras lo ojos y, entonces sí, te ves como el cronopio que siempre has sido, inventando canciones y relatos de aventuras, electrizando las camas más difíciles, calentando las manos más frías.
Porque cuando miras hacia dentro, cuando miras de verdad, siempre te acabas viendo como un pequeño superhéroe de color azul y pelo revuelto, como un perfecto dibujo animado que corretea por las casas y que siempre llega a tiempo a los demás, una especie de simpático animal mágico con orejas puntiagudas que se mete en la vida de los otros y les salva de todo lo malo, de verse a sí mismos como son y, ante todo, de esa distancia terrible que cuando soñamos desaparece.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Liberty

However much you try, you can never talk enough about liberty. For liberty is, after all, the word to deal with, the real end for those who understand life. When Nietzsche said that by wanting you will be free, he was, once again, hiting the mark. Because you have to want, you need to have your own aims for your future. Being free is daring to create your own values. Don’t allow other people to decide for you. If you do so, if you avoid the responsibility of liberty, there will be no real hapiness for you, only a comfortable but poor sensation of lack of problems.
But that is not what life is made for. If you disdain liberty, you will always have the feeling that there is something amiss in your life. And that can’t be but a lack of liberty. Yes, because, although you don’t realise, in some moment in you past, when you were in a very delicate crossroad, maybe you avoided making your own decisions, choose the easy option, and went on walking along other’s roads. You thought that liberty was a heavy burden. And you were right, because liberty is not something easy to live with. That is what makes liberty so amazing. It is the best present you can have, something absolutely necessary to live and, at the same time, something very hard, a great responsibility, a permanent open question over you. It is like an abyss, attractive and dangerous at once.
But future can’t be a closed window. You have only one life. Try to invent some other possibilities. Try to play different games every day. Try to meet new people, reading new books. You can start by writing what you really would like to live into the next weeks. Don’t stop. Live. Imagine. Be free.
Follow the example of Julio Cortázar, playing with the words…

domingo, 20 de enero de 2008

Frikilokokos Malignus

frikilokokos

Entonces se detuvo ante mí. Me eligió y me miró directamente a los ojos. Era un magnífico ejemplar de Frikilokokos Malignus, una de las peores especies de virus de las dos últimas décadas. Tenía unos enormes ojos verdes, unos ojos brillantes, llenos de agua cristalina y perfectamente cargados por el diablo, como la peor de las armas. Eran unos ojos diseñados tanto para matar como para cautivar.

Me miró como señalándome y supe que estaba perdido. Cuando te cruzas con un virus no puedes hacer nada. Él te elije a ti. Da igual, entonces, tu sistema inmunológico. Da igual tu edad, si duermes bien o si tomas suficiente vitamina C. El virus funciona por puro capricho. Te elige sin razón, con arrogancia, sin explicaciones.

A las pocas horas empezó el incendio de la fiebre. Me acosté rendido, dispuesto a lo peor. El Frikilokokos te hace soñar, quieras o no, con lo ya olvidado, con lo que hemos tratado siempre de esconder, de superar. El virus es efectivo en la fase REM de los sueños, haciéndote volver a la infancia para traerte de ella las ilusiones perdidas, esa cajita del tesoro enterrada a los siete años y que sólo esconde obsesiones. En lo que tardé en dormirme empecé a recordar y comprendí que mi vida iba a cambiar para siempre.

Después de una noche que duró varios días me levanté sin fiebre pero distinto. Comencé a leer cómics de superhéroes, me compré una katana por Internet, conseguí donde pude una de las primeras Playstation y me encerré en casa para ver Kill Bill 22 veces en los siguientes ocho días. En poco tiempo, y casi sin darme cuenta, cambié a mis aburridos amigos por apasionantes hobbies y al imperfecto y borroso mundo real por una adecuada resolución de 1.024 x 768 píxeles.

Pero no puedo decir que la vida de un friki esté mal, siempre soñando y con esa sensación permanente de parque temático. Sabes que te arriesgas a la incomprensión, a que los otros no sigan tu juego, a que los demás señalen tu forma heroica de vestir. Lo único que puedes hacer, entonces, es esperar a que las vacunas para la normalidad no funcionen y que cada vez sea más la gente contagiada.

Porque un friki nunca estará sólo. Sólo hace falta una nueva moda y que el virus adecuado se cruce en tu camino. Y te puede pasar a ti, cualquier día puedes empezar a cambiar. A poco que te despistes, tu vida dejará de ser normal, porque, a la vuelta de la primera esquina, habrá un Frikilokokos Malignus esperándote, odiando tu vulgaridad y encantado de inyectarte el veneno de la autenticidad, un veneno que te convertirá en un friki y hará que empieces a saborear de verdad la vida.

jueves, 3 de enero de 2008

Sobre Lucías y Alicia

Aunque parecidas, nunca iguales. Las diferencias entre las Lucías y Alicia (se habrá entendido ya, son nombres propios para dos tipos de mujeres) son sutiles pero fundamentales. Quizá la diferencia sólo la vea yo, quizá por eso estoy solo y quizá por eso no sé qué más decirle a nadie. Pero no puedo evitar contarlo, describir una Alicia, por si alguna me estuviera leyendo.
Las Lucías están siempre ahí. Aunque escasas, siempre se terminan por encontrar. De vez en cuando aparece una, para que no pierdas la esperanza en el amor, en las personas. Son como pequeños súcubus, guapas, morenas, tentadoras, con todas las razones necesarias para que las quieras. Están siempre listas para ser besadas, manoseadas, escritas. Lo tienen todo, salvo que no son Alicias. Por eso duran una noche, o dos, o un año. Por eso siempre se terminan algún día. Demasiado síntoma en una Lucía, demasiado miedo, demasiada rutina, demasiada realidad para seguir soñando, para quedarte sin palabras.
Alicia, en cambio, con su propia luz. Tan abstracta, tan imposible, tan necesaria. Círculos perfectos en su mirada, piel inexplicable, movimientos exactos y atrevidos, electricidad gratuita de lunes a domingo. Alicia vive fuera de todos nosotros, para seguir siendo intangible, inimitable, para buscar precisión en sus formas únicas.
A medio camino entre mi mente y el mundo, Alicia es tan real como inventada. Porque la intuyo en algunas películas, casi la oigo en ciertas canciones. Pero luego nunca está. Por eso sé que existe y también sé que no. Por eso estoy tan alegre como triste, tan bien como mal, tan lleno y tan sin ella. Porque la tengo, de algún modo, y no la tengo, en muchos otros.
Seguiré esperándola, mientras me decido. De momento, muchas Lucías. Pero ni rastro de Alicia.









(Canción: Songbird, de Eva Cassidy)