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domingo, 31 de agosto de 2008

Volver

Nadie quisiera nunca volver del todo. O tal vez sí, no estoy seguro. Es preciso volver mucho y fijarse bien cada vez que se vuelve para estar seguro. Tan enigmático y difícil es esto de volver. Porque volver es, al mismo tiempo, motivo de alegría y de pena. Volver es triste porque uno tiene la sensación de ciclo, de no avanzar, de andar pisando un suelo cenagoso en el que para nada valen los pasos dados. Uno piensa entonces que la vida es corta, que esto son cuatro días y que para qué, que no se avanza, que siempre igual. Decía Lacan que uno de los mecanismos básicos del inconsciente era la repetición, de los mismos síntomas, de los mismos sueños, de los mismos lapsus, de las mismas ilusiones perdidas. Y llevaba razón. Ya lo creo que llevaba razón.

Por otro lado, volver es una oportunidad para el reencuentro, para mezclarte de nuevo, para dejarte llevar por nuevas ideas, por nuevas personas. Entonces creemos que siempre hay cosas nuevas que contar, que volver es un modo de acumular logros y experiencias, de notar el avance, y recobramos nuestra fe en el movimiento rectilíneo, y pensamos que el lugar al que se vuelve es el horizonte estático respecto al cual nos movemos, como tan claramente comprendemos en cuanto subimos al tren. Vemos como la ciudad se queda y, en cambio tú, te mueves. Lo mismo creemos que ocurre cada vez que vuelves; que te sientes libre respecto a aquello a lo que vuelves, pues notas que eres tú quien va y viene, siendo la ciudad la que se queda.

Pero quien vuelve a menudo sabe de sobra que todo esto no es del todo verdad porque, en realidad, como ya nos dijo Ortega, las circunstancias forman arraigadamente parte de nosotros, así que la ciudad está tan dentro de ti, tan sujeta a tu manera de mirar, que el movimiento, esa sensación de ir y volver es tan sólo aparente. Porque en realidad no vuelves a ningún sitio, ya que nunca terminas de irte.

Volver no es más que un modo distraído de seguir. Y sin embargo, año tras año, insistimos en volver, en creer en esa maldita espiral que nos sube a alguna parte a costa de repetir lo mismo.