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domingo, 20 de enero de 2008

Frikilokokos Malignus

frikilokokos

Entonces se detuvo ante mí. Me eligió y me miró directamente a los ojos. Era un magnífico ejemplar de Frikilokokos Malignus, una de las peores especies de virus de las dos últimas décadas. Tenía unos enormes ojos verdes, unos ojos brillantes, llenos de agua cristalina y perfectamente cargados por el diablo, como la peor de las armas. Eran unos ojos diseñados tanto para matar como para cautivar.

Me miró como señalándome y supe que estaba perdido. Cuando te cruzas con un virus no puedes hacer nada. Él te elije a ti. Da igual, entonces, tu sistema inmunológico. Da igual tu edad, si duermes bien o si tomas suficiente vitamina C. El virus funciona por puro capricho. Te elige sin razón, con arrogancia, sin explicaciones.

A las pocas horas empezó el incendio de la fiebre. Me acosté rendido, dispuesto a lo peor. El Frikilokokos te hace soñar, quieras o no, con lo ya olvidado, con lo que hemos tratado siempre de esconder, de superar. El virus es efectivo en la fase REM de los sueños, haciéndote volver a la infancia para traerte de ella las ilusiones perdidas, esa cajita del tesoro enterrada a los siete años y que sólo esconde obsesiones. En lo que tardé en dormirme empecé a recordar y comprendí que mi vida iba a cambiar para siempre.

Después de una noche que duró varios días me levanté sin fiebre pero distinto. Comencé a leer cómics de superhéroes, me compré una katana por Internet, conseguí donde pude una de las primeras Playstation y me encerré en casa para ver Kill Bill 22 veces en los siguientes ocho días. En poco tiempo, y casi sin darme cuenta, cambié a mis aburridos amigos por apasionantes hobbies y al imperfecto y borroso mundo real por una adecuada resolución de 1.024 x 768 píxeles.

Pero no puedo decir que la vida de un friki esté mal, siempre soñando y con esa sensación permanente de parque temático. Sabes que te arriesgas a la incomprensión, a que los otros no sigan tu juego, a que los demás señalen tu forma heroica de vestir. Lo único que puedes hacer, entonces, es esperar a que las vacunas para la normalidad no funcionen y que cada vez sea más la gente contagiada.

Porque un friki nunca estará sólo. Sólo hace falta una nueva moda y que el virus adecuado se cruce en tu camino. Y te puede pasar a ti, cualquier día puedes empezar a cambiar. A poco que te despistes, tu vida dejará de ser normal, porque, a la vuelta de la primera esquina, habrá un Frikilokokos Malignus esperándote, odiando tu vulgaridad y encantado de inyectarte el veneno de la autenticidad, un veneno que te convertirá en un friki y hará que empieces a saborear de verdad la vida.

jueves, 3 de enero de 2008

Sobre Lucías y Alicia

Aunque parecidas, nunca iguales. Las diferencias entre las Lucías y Alicia (se habrá entendido ya, son nombres propios para dos tipos de mujeres) son sutiles pero fundamentales. Quizá la diferencia sólo la vea yo, quizá por eso estoy solo y quizá por eso no sé qué más decirle a nadie. Pero no puedo evitar contarlo, describir una Alicia, por si alguna me estuviera leyendo.
Las Lucías están siempre ahí. Aunque escasas, siempre se terminan por encontrar. De vez en cuando aparece una, para que no pierdas la esperanza en el amor, en las personas. Son como pequeños súcubus, guapas, morenas, tentadoras, con todas las razones necesarias para que las quieras. Están siempre listas para ser besadas, manoseadas, escritas. Lo tienen todo, salvo que no son Alicias. Por eso duran una noche, o dos, o un año. Por eso siempre se terminan algún día. Demasiado síntoma en una Lucía, demasiado miedo, demasiada rutina, demasiada realidad para seguir soñando, para quedarte sin palabras.
Alicia, en cambio, con su propia luz. Tan abstracta, tan imposible, tan necesaria. Círculos perfectos en su mirada, piel inexplicable, movimientos exactos y atrevidos, electricidad gratuita de lunes a domingo. Alicia vive fuera de todos nosotros, para seguir siendo intangible, inimitable, para buscar precisión en sus formas únicas.
A medio camino entre mi mente y el mundo, Alicia es tan real como inventada. Porque la intuyo en algunas películas, casi la oigo en ciertas canciones. Pero luego nunca está. Por eso sé que existe y también sé que no. Por eso estoy tan alegre como triste, tan bien como mal, tan lleno y tan sin ella. Porque la tengo, de algún modo, y no la tengo, en muchos otros.
Seguiré esperándola, mientras me decido. De momento, muchas Lucías. Pero ni rastro de Alicia.









(Canción: Songbird, de Eva Cassidy)