¿En tu mundo o en el mío?
Un corto sobre el Mito de la Caverna de Platón, con final nietzscheano. Realizado por los alumnos de segundo de Bachillerato del IES Ribalta.
Un corto sobre el Mito de la Caverna de Platón, con final nietzscheano. Realizado por los alumnos de segundo de Bachillerato del IES Ribalta.
Cortometraje del curso 2009-2010 realizado por los alumnos de 2º de Bachillerato del IES Ribalta.
Nadie quisiera nunca volver del todo. O tal vez sí, no estoy seguro. Es preciso volver mucho y fijarse bien cada vez que se vuelve para estar seguro. Tan enigmático y difícil es esto de volver. Porque volver es, al mismo tiempo, motivo de alegría y de pena. Volver es triste porque uno tiene la sensación de ciclo, de no avanzar, de andar pisando un suelo cenagoso en el que para nada valen los pasos dados. Uno piensa entonces que la vida es corta, que esto son cuatro días y que para qué, que no se avanza, que siempre igual. Decía Lacan que uno de los mecanismos básicos del inconsciente era la repetición, de los mismos síntomas, de los mismos sueños, de los mismos lapsus, de las mismas ilusiones perdidas. Y llevaba razón. Ya lo creo que llevaba razón.
Por otro lado, volver es una oportunidad para el reencuentro, para mezclarte de nuevo, para dejarte llevar por nuevas ideas, por nuevas personas. Entonces creemos que siempre hay cosas nuevas que contar, que volver es un modo de acumular logros y experiencias, de notar el avance, y recobramos nuestra fe en el movimiento rectilíneo, y pensamos que el lugar al que se vuelve es el horizonte estático respecto al cual nos movemos, como tan claramente comprendemos en cuanto subimos al tren. Vemos como la ciudad se queda y, en cambio tú, te mueves. Lo mismo creemos que ocurre cada vez que vuelves; que te sientes libre respecto a aquello a lo que vuelves, pues notas que eres tú quien va y viene, siendo la ciudad la que se queda.
Pero quien vuelve a menudo sabe de sobra que todo esto no es del todo verdad porque, en realidad, como ya nos dijo Ortega, las circunstancias forman arraigadamente parte de nosotros, así que la ciudad está tan dentro de ti, tan sujeta a tu manera de mirar, que el movimiento, esa sensación de ir y volver es tan sólo aparente. Porque en realidad no vuelves a ningún sitio, ya que nunca terminas de irte.
Volver no es más que un modo distraído de seguir. Y sin embargo, año tras año, insistimos en volver, en creer en esa maldita espiral que nos sube a alguna parte a costa de repetir lo mismo.
París es una ciudad con visión de futuro. Hecha a lo grande cuando todo aún era pequeño. Una de las cunas de la cultura universal, tratando de arrojar luz a lo largo de una historia demasiadas veces oscura, con su Sorbone, sus lumières, sus artistas de principios de siglo. París es una ciudad pensada para impresionar, para gustar, para que el turista se canse de ver cosas enormes. Sus calles están llenas de pastelerías, restaurantes, cafeterías con su terracitas, palacios, iglesias por todas partes.
A París hay que ir con ideas ya en la cabeza, con citas aprendidas de filósofos, sobre el amor, sobre la libertad. Al estar en París, conviene ir recordando escenas de películas, intentar vivir con la intensidad de los grandes personajes, tratar de soñar sin limitaciones.
Y también, a ser posible, compartir todo eso con tu Amelie particular, que estará, además de haciendo fotos, pensando a tu lado en las cosas buenas del mundo y tan contenta como tú de estar unos días en París.
Entonces se detuvo ante mí. Me eligió y me miró directamente a los ojos. Era un magnífico ejemplar de Frikilokokos Malignus, una de las peores especies de virus de las dos últimas décadas. Tenía unos enormes ojos verdes, unos ojos brillantes, llenos de agua cristalina y perfectamente cargados por el diablo, como la peor de las armas. Eran unos ojos diseñados tanto para matar como para cautivar.
Me miró como señalándome y supe que estaba perdido. Cuando te cruzas con un virus no puedes hacer nada. Él te elije a ti. Da igual, entonces, tu sistema inmunológico. Da igual tu edad, si duermes bien o si tomas suficiente vitamina C. El virus funciona por puro capricho. Te elige sin razón, con arrogancia, sin explicaciones.
A las pocas horas empezó el incendio de la fiebre. Me acosté rendido, dispuesto a lo peor. El Frikilokokos te hace soñar, quieras o no, con lo ya olvidado, con lo que hemos tratado siempre de esconder, de superar. El virus es efectivo en la fase REM de los sueños, haciéndote volver a la infancia para traerte de ella las ilusiones perdidas, esa cajita del tesoro enterrada a los siete años y que sólo esconde obsesiones. En lo que tardé en dormirme empecé a recordar y comprendí que mi vida iba a cambiar para siempre.
Después de una noche que duró varios días me levanté sin fiebre pero distinto. Comencé a leer cómics de superhéroes, me compré una katana por Internet, conseguí donde pude una de las primeras Playstation y me encerré en casa para ver Kill Bill 22 veces en los siguientes ocho días. En poco tiempo, y casi sin darme cuenta, cambié a mis aburridos amigos por apasionantes hobbies y al imperfecto y borroso mundo real por una adecuada resolución de 1.024 x 768 píxeles.
Pero no puedo decir que la vida de un friki esté mal, siempre soñando y con esa sensación permanente de parque temático. Sabes que te arriesgas a la incomprensión, a que los otros no sigan tu juego, a que los demás señalen tu forma heroica de vestir. Lo único que puedes hacer, entonces, es esperar a que las vacunas para la normalidad no funcionen y que cada vez sea más la gente contagiada.
Porque un friki nunca estará sólo. Sólo hace falta una nueva moda y que el virus adecuado se cruce en tu camino. Y te puede pasar a ti, cualquier día puedes empezar a cambiar. A poco que te despistes, tu vida dejará de ser normal, porque, a la vuelta de la primera esquina, habrá un Frikilokokos Malignus esperándote, odiando tu vulgaridad y encantado de inyectarte el veneno de la autenticidad, un veneno que te convertirá en un friki y hará que empieces a saborear de verdad la vida.
Antes de empezar, conviene hacer la advertencia de que no todo el mundo está preparado en todo momento para comenzar la costosa labor de desquererse. Es más que posible que se encuentre usted en uno de esos estados en los que querer a alguien le resulta fácil y cómodo. Quizás es usted de los que piensa que el amor recíproco siempre trae más ventajas que inconvenientes. Bien, si ese es el caso, no se preocupe, siempre puede usted seguir leyendo, consumiendo cultura o preguntando a los amigos por sus experiencias. En cualquier caso, la verdad del desamor le espera a usted a la vuelta de la esquina, en la próxima canción que escuche, en la habitación de los vecinos de enfrente o incluso escondida en la farsa de cada luna de miel.
No se deje engañar y no se desanime: tarde o temprano perderá la fe en el amor, podrá ser tachado de la lista de los mediocres y empezará a ser tenido en cuenta entre los lúcidos.
Si, en cambio, ya es usted de los que disfrutan de ese sano escepticismo y cree, con toda razón, que los pequeños detalles sí que importan y que el amor y la libertad se excluyen mutuamente, está preparado para entender y llevar a la práctica estas sencillas instrucciones que le librarán, en no más de tres semanas, de la persona querida. Empecemos.
En realidad, cuando pierde eficacia ese pequeño resorte amoroso que consiste en besarse, ya se está mucho más cerca del fin de lo que normalmente se supone. Porque no lo dude: llegará un momento en que el cuerpo del otro perderá sus propiedades eléctricas. Es el momento para acabar con la relación. Seguramente, si tiene usted la mala suerte de tener una pareja con fe en el amor, tendrá que oír todo tipo de argumentaciones extrañas, tales como que el sexo no es lo más importante (¡!), o que lo que cuenta es la comunicación y la confianza. Pero no ser deje seducir por los supuestos atractivos del amor a largo plazo.
Para comenzar con el desamor primero hay que estar pendiente de uno mismo más que de la persona a desquerer. Siempre es sano y productivo una buena dosis de egoísmo y amor propio. A tal efecto servirán actitudes groseras e infantiles como mirarse en el espejo con fruición en lugar de mirar al otro y meterse los propios dedos en la boca en el momento del coito, dejando los dedos de la persona no amada en la soledad de sus propias manos.
De lo que se trata es de ir mermando la fantasía del que tenemos al lado. Hay que bajar de las nubes de la monogamia a cualquiera que piense que nuestro deseo sabe renunciar o concentrarse en una persona. Detalles como no decir nunca su nombre o llegar sistemáticamente tarde a las citas son parte de la buena rutina.
En un par de meses tendremos a la persona abatida, por debajo de un nivel aceptable de dignidad. Es posible que comience a llorar por teléfono, a querer abrazarnos por cualquier motivo y a escribir compulsivamente cientos de páginas sobre lo mucho que nos quiere. Es más que fácil que retome el diario de adolescente para contarse a sí misma lo dura que es la vida. En este momento hay que seguir adelante y no humillarnos a nosotros mismos con ninguna clase de arrepentimiento. El sufrimiento es la señal de que hacemos las cosas bien.
Para la ruptura y abandono finales se procederá de la siguiente manera. Se escogerá un día especialmente caluroso. El momento adecuado del día es a las seis de la tarde, hora particularmente sin salida. La cosa ha de ser rápida pero intensa. Conviene no acercarse mucho para no llevarse a casa olores que no queremos. En el recuerdo ha de quedar sólo lo malo de la persona: intereses monogámicos, ataques de celos, errores de pronunciación, etc. La despedida estará llena de ironía y juegos de palabras, pues la entrada en el mundo de la lucidez del soltero siempre ha de ser un tanto humillante para quien se queda fuera.
Finalmente se deja de ver a la persona para siempre, sin concesiones. Los regalos mutuos se mandan por correo y las cartas se queman de un modo definitivo, viendo en el humo de los papeles el conjunto de nuestras debilidades que van quedando atrás de un modo rotundo. A continuación nos sentamos en nuestro sillón de lectura –imprescindible uno– y esperamos al día siguiente con el orgullo del daño hecho y la confianza en lo por venir. Esto último es impredecible y cada cual tiene que afrontarlo a su manera, solo, como estará.
A ver qué os parece esta colección de aforismos filosóficos para aprender a ver las cosas del otro lado. Ilustrados con imágenes que ayudan a pensar.