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domingo, 11 de febrero de 2007

Nicolás, amigo invisible

Sin comprender todavía que hay barreras que se deben respetar, Nicolás, amigo invisible, se declara harto de tanta novedad, de tanta persona de carne y hueso, de tanto plan fuera de casa, y se propone boicotear toda nueva amistad incipiente. Yo le debo tanto que no puedo más que mirarle y verle actuar, viendo cómo y con qué elegancia arruina todas y cada una de mis posibles relaciones.
En verdad, no le falta razón, pues sólo él estuvo a mi lado en los malos momentos, en esas tardes de niño castigado, en esos aburridos fines de semana de adolescente sin suerte, en esos veranos de joven sin trabajo y sin chica. Del colegio a la universidad, pasando por el instituto, Nicolás, amigo invisible, ha sido una garantía de diálogo interior, un salvavidas contra el miedo, una salida de emergencia ante incendios cotidianos.
Pero el tiempo deja atrás esas cosas y ya nada es como antes. No comprende que lo peor ya ha pasado, que aquel paréntesis de indefensión ya ha sido más que cerrado y que ahora la inercia hace la vida mucho más fácil. Cerrando los ojos al futuro, a una felicidad basada en la rutina y en lo ya conseguido, Nicolás, amigo invisible, siembra de trampas el camino que lleva hasta mí, para impedir que nadie se acerque, para frustrar cualquier intento de unión con cualquier persona interesante.
En los momento más inoportunos, me susurra al oído los defectos de las personas con las que estoy, me hace reparar en sus torpezas, me recuerda anécdotas divertidas apenas cierro los ojos y me pongo serio para besar. No hay manera de quedarme a solas con alguien. Cualquier intento de intimidad se convierte en una carrera contra reloj, en un esfuerzo inútil por concentrarme.
Pero nada: apenas inicio mi repertorio de recursos hedonistas, Nicolás, amigo invisible, me recuerda la rutina oculta en cada movimiento, la aburrida estandarización de las zonas erógenas. Con un rápido gesto, se saca su libreta de estadísticas y comienza a citarme el porcentaje de posturas practicadas, de gritos acumulados, de litros de sudor que me han ido uniendo y separando de todas las mujeres que perdí en el camino.
Nada nuevo es posible para mí porque, a diferencia de otros que siguen teniendo esperanza en esa persona que está por llegar y con la que todo es posible, yo tengo al lado a Nicolás, mi amigo invisible, que me conoce y sabe perfectamente que todo a partir de ahora será mera repetición de lo mismo, un caer de la misma altura, el mismo acto de saltar sin paracaídas, la misma zambullida en el frío mar de lo repetido.
Yo le observo y le dejo actuar, pues, aunque a veces tenga que pagar el precio de la soledad, siempre es divertido ver a la gente marcharse, avergonzada por la ingenua convicción de que la felicidad estaba ahí, a su alcance.
“Nada más que hormigas que se equivocan de hormiguero”, escribe entonces Nicolás en su diario. Yo cierro los ojos y finjo no comprenderlo.
Vicente Abril.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues sí, todos enfermamos a causa de la estadística, tenemos excedencia de fe en ella como el viejo cristiano en DIOS, acabamos sacándole un porcentaje a la vida, nos atrevemos a predecir la vida tirando mano de la estadística, pues cuando entristece uno después de darle un beso cuando sabe que recibe uno cada dos días, que triste tedio es saber que hoy no te toca, también nos llena de falsas ilusiones en esa tarde gris en la que todo nos sale mal, en la que nuestra alma recibió demasiados barapalos y decimos " Mañana será otro día", " El mañana es prometedor". Y así jugamos al divertido juego de predecir nuestra vida con un simple cálculo de estadística.
Pero si lo que se pretende es erradicar la " estadístico-dependencia", debemos dar un paso al frente en esa engalonada y larga colección de peldaños que tiene esa desnivelada escalera, subirnos a lo más alto y hacerse la suegerente y electrizante pregunta, pues es el lugar y el momento perfectos para gritarnos dentro de nosotros mismos ¿ Que es la estadística? De forma rápida y segura, y sin ningún tipo de peros, damos con la respuesta, pues esto a lo que llamamos estadística no es más que un mecanismo de defensa, es una forma de cerrarse los ojos, un medio para evadirse de la realidad, una transformación de la realidad, una enfermiza forma de entrar en rutina, una forma de asegurar, de garantizar nuestra vida, de creer que podemos controlarla, que podemos programarla, y como somos propensos a evitar la sonrisa aun cambiando la realidad, no actuamos de forma positiva, sino de forma reguladora, somos pésimos, incluso en la labor de autoengañarnos. Yo opto por dejar de lado la estadística, de aparcarla como quien como quien abandona un coche viejo en un desguace, donde se produce un adiós definitivo, y volver a ser tan inconformista y buscador de placeres como lo es un niño, como lo es un niño que pide caramelos con los bolsillos llenos de caramelos, y a pesar de eso tener la misma inocencia que tiene un niño, un ser escéptico, un ser que se acuesta sin sentirse culpable, un ser que no se conforma con un beso cada dos días, alguien que no cree en la casualidad, alguien que se arriesga a pensar que su vida es una partida de dados en la que en cada tirada puede salir cualquier cosa, como sucede con los rayos y las tormentas, pero sobre todo, alguien que se acueste pensando ¿ Que pasará mañana?

Isaac

Elena D.C.A. dijo...

Lo único que puedo decir es el tan famoso refrán de "mejor sólo que mal acompañado", aunque en cierta medida contenga una actitud cobarde por no dejarse "malacompañar". No me gustaría tener un amigo como Nicolás aunque no sé por qué preveo que en cualquier noche de bares aparecerá y como a tí me mostrará su fidelidad impidiéndome abandonarle. De momento mantengo la esperanza de no conocerlo...

Teacher Cristina dijo...

Anda que utilizar a una persona inocente para hacer publicidad de tu blog.

Ay vicente, vicente... que opina Nicolás de esto?

Cuídate, au revoir!

Anónimo dijo...

"Nada más que hormigas que se equivocan de hormiguero."


"Nada más que Vicente que se equivoca de amigo invisible."

Despréndete de él.

Cógeme a mí, o coge al amigo invisible que te toque a final de esta semana (si el Sr. Yoghurt está por la labor) y deja que sea éste el que te acompañe en tren al instituto, del instituto a clase de guitarra y de casa a un concierto en el Black Note o simplemente hasta casa de tu vecino de habla yiddish.

No cierres los ojos y finjas no comprender lo que te digo.

Si te paras a pensar, tienes más de un amigo invisible, por no decir de carne y hueso, que te susurra al oído cosas que todavía no has vivido con aquellas mujeres, hombres, niños, alimañas y tigres que te encontraste por el camino y que te seguirás encontrando. Todos llevamos un índigo dentro, un cronopio, algo de gemelo Jenkin, al igual que todos tenemos algo de mediocres, aunque algunos más que otros.
¿Por qué no les ayudas a potenciar su parte buena, al igual que haces con tu pequeña íncubus?

No te dejes desanimar por ese falso amigo invisible Nicolás. Todavía hay mucha gente que vale la pena y todavía mucha más que tiene derecho a conocerte y aprender de ti.

Te quiere y admira tu íncubus que se siente afortunada de tenerte tan cerca.

Eva dijo...

¿Te parece normal utilizar a una persona inocente y confiada para hacer publicidad de tu blog?
El próximo paso es hacer popaganda junto a la del Corte Inglés, que aunque no lo quieras admitir te haría una tremenda ilusión salir anunciando que llega la temporada de Índia a tu blog mientras te desplazas por las pantallas de nuestros comedores vestido de faquir.
Despues de este pequeño inciso solo decirte que todos hemos tenido un amigo imaginario pero tal vez a estas edades deberías empezar a buscar alguno al que pudieras ver.
¡A ver cuando te pasas por mi blog!

Maria Llidó dijo...

Nicolás no lo debe tener fácil, porque me imagino el trato que debe recibir entre quienes le ven aproximarse. Muchos de nosotros le mostraremos cierto rechazo, otros aparentaremos indiferencia, y otros buscaremos mantener esa distancia de veinticinco centímetros desde los cuales Nicolás es un punto ciego. Y sin embargo no ocurrirá lo mismo contigo, que finalmente nos lo presentas como un viejo amigo. Hacia ti, que lo aceptas, nos acercamos los demás curiosos. Nicolás repele y tu ostentas un enorme número de visitas en este blog. Rara es la vez que no se tiene el oído dispuesto a escuchar lo que puedas decir, los ojos preparados para procurar ver desde tu punto de vista, dispuestos tantas veces a recibir alguna sorpresa entre la gente. Quizás no sucede lo mismo cuando se trata de responder a tus preguntas, puede que eso cueste un poco más, pero puede ser porque nos gusta pensarlas un poco o porque fingimos que nos pillan por sorpresa.
Puede que deba darte la razón, nos quedamos a esa distancia desde la cual elegimos si queremos ver o no ver. Es una distancia encantadora, cómoda y muy apreciada debido a su rareza. Es la distancia de la curiosidad, y no siempre se sabe despertarla, todos sabemos que es una cualidad escasa, construida a base de experiencias. Si damos con un amigo visible de Nicolás a menudo sucede que estamos un poco a la espera, una espera bastante cómoda, por cierto.
La comodidad, es ya otra cuestión con miga.

Anónimo dijo...

Para entender a este Nicolás como es debido hay que hacer, a mi juicio, un breve análisis del poder. En seguida lo explico. Antes es conveniente intentar verle la cara.
Veo a Nicolás como alguien que creció a tu mismo ritmo. En sus años de niñez contemplaba con miedo las cosas de los mayores. La inestabilidad de Jaime en la amistad (apenas te giraste Nicolás, Jaime encontró a David mejor Samurai) y la aleatoriedad de los besos de Claudia (apenas te giraste Nicolás, la guarra de Claudia se tocaba con Guillermo) supusieron el germen crítico, la gota que regó la soledad buscada de Nicolás.
Por no hablar de los castigos...
Un castigo es un crimen para un niño; su primer encontronazo con la responsabilidad. Y todos conocemos lo que es la responsabilidad: el asesino del juego. Cuando un niño encuentra tonto el juego, tardará mucho en volver a jugar.
La adolescencia y la juventud le sirvieron para cansarse. Y cuando uno se cansa no le queda otra que reírse. La risa recompone el aliento mejor que la inacción y la calma. El cansancio es el umbral divino que conduce a la ironía. Si uno es capaz de ironizar, el trabajo ya está hecho. No existe el miedo en el barrio de la ironía.
Cuando uno, después de perder el gusto al juego, se apropia de la ironía, es entonces cuando empieza a recordar aquellas ‘bobas’ reglas, cuando rescata el tablero de lo olvidado y se plantea seriamente volver a jugar al juego de descreer. Esto le pasó a Nicolás; esto te pasó a ti.
Al principio decía algo del poder. Lo que viene a continuación sólo afecta al estado actual de Nicolás, al que, a pesar de todo el cariño y admiración con que fue tratado antes, ahora tildaré de intruso, de corrupto y de un tanto canalla. Es cierto que Nicolás nos ayudó, te ayudó, en innumerables ocasiones, en las peores y más difíciles. Es cierto que Nicolás supone una robusta y práctica barrera contra todo mediocre pretendiente. Vigiar el acceso a nosotros es indispensable para no perder el tiempo.
Pero es tanto lo que se le debe a Nicolás que prácticamente se ha declinado en él cualquier decisión al respecto de conocer y ser conocido. Es tan segura y eficiente su manera de actuar que al cabo de los años ha ahogado cualquier posibilidad de "sorpresa". Nicolás controla todo. Nicolás ya no se sorprende porque todo lo sabe. Es tanto el "poder" que se le dio, que éste le ha corrompido. Nicolás me recuerda a aquella estereotipada figura del político convencido de sus ideales, que derrocha carisma y vocación. Son tan nobles sus procedimientos y pretensiones que logra crear todo un séquito de jóvenes admiradores que se cuentan entre ellos lo inmejorable de los actos de su ídolo. Cuando el político-soñador llega al poder, su partido es fuerte en cuanto a cohesión interna, pero ha creado un órgano débil; pues nadie de su entorno se atreve a tomar decisiones que no hayan sido supervisadas por el "iluminado". A éste se le obliga a cambiar los sueños por la utilidad, la eficacia y la rapidez. Se vuelve "terrenal". Cuando un humano deja de estirar el brazo para intentar tocar con los dedos la luz de las estrellas, pierde algo valioso: la ilusión, la "sorpresa". Y esto es lo que pasa cuando se tiene poder. Nicolás cierra las puertas a la sorpresa; detiene la mano cuando está a punto de surgir la caricia. “Nada puede sorprenderme. Si algo lo hace significa que no tengo el absoluto control de mí mismo”. El poder se enviolenta cuando se considera a la sorpresa como enemiga del control.
Creo que esto no es cierto de ti, Vicen. Has extendido demasiado trágicamente algo que, por otro lado, admiro de tu forma de ser: tu olfato precursor. Es bueno y lo tienes desarrollado, pero afortunadamente no es infalible. De forma mágica otorga espacio para dejar respirar al error. Nicolás viene bien en parte. Para acabar con la idea de alma gemela y con la insulsa ensalada de rutina. Pero Nicolás no debe (y yo sé que no lo hace) mandar en otros asuntos.
Nadie como tú para creer en la sorpresa. Escribes, recuérdalo. Y lo haces, gracias a tu capacidad para recibir sorpresas, y no tanto a la de realizar cálculos. Somos de letras, se podría decir.
Al final no he dicho lo que quería decir en un principio. Que extraña y placentera sorpresa.

Roberto Sánchez

Anónimo dijo...

Igual que ese amigo invisible están ahi esos sentimientos y esperanzas que rompen la balanza de un nunca jamás, que no llegará y que con un silencio romperán más de una vez la maldad, e imaginar...

...pero y si fuesemos nosotros los invisibles a los ojos de los demás?

...y si fuésemos nosotros, nuestro inteior, no tu personalidad, sino tu verdadera forma de amar, un instinto, el que no dejamos escapar?

Es la venganza del nuevo ser. Apuñala con terror, y a las últimas gotas de soledad,

aparta al deseo ferviente y lo hace exasperar,

esperando un minuto,
ó treinta segundos quien lo sabrá...

Y en esos treinta segunods, que pasaron a centimetros quizá...

...EL remordimiento de ser un insinto me hizo regresar y mirar al espejo y preguntarme por mi misma,

no la encontré.


















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