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lunes, 25 de octubre de 2010

Autumn's Clementines

Nothing better than clementines. Y eso vale para cualquier situación, para cualquier persona, claro, pero especialmente para ti, para mí. Y para ahora, para octubre y noviembre, para estos meses que traen la rutina, lo aburrido de siempre, las primeras lluvias, las primeras repeticiones. Porque el otoño queda bien en los cuadros y en las novelas, en ese paréntesis de la vida que es el arte. Pero en verdad el otoño está lleno de mañanas reiteradas, de molestos despertadores, de fríos asientos de tren, de armarios vacíos, de no saber qué ponerse, de lunes, de martes, de domingos a la espera.
La única solución para el otoño consiste en rodearte de clementinas, esas olorosas disuasoras de la tristeza, esas redonditas y juguetonas dadoras de felicidad. Porque nada mejor que ocuparse de ellas, que ordenarlas por colores y tamaños, quitarles la piel y notar su justa madurez, recuperar la niñez y dejarse asombrar ante su perfecta división en gajos iguales. No hay mejor manera de empezar el otoño que aprender a tratar a las clementinas, esas niñas alegres y un poco loquitas que sobresalen en nuestros fruteros. Y que tanto saben gustarte.
Y cuando digo clementinas digo cualquier cosa buena inesperada, cualquier sorpresa vestida de chica o de canción que se cruza en tu camino. Porque al decir clementinas digo también días contra la rutina, digo un solo de piano, una mañana gris con quien tú quieras, un par de páginas por escribir, una peli en blanco y negro por la noche, un sábado perfecto, una noche de esas que no te caben en las manos.
Pero, oye, no te enfades, si aún no tienes tus clementinas. Porque cada uno las encuentra donde menos se lo espera. Y cuando menos se lo espera. Si sabes de sobra que no hay que tener miedo de seguir buscando. Sabes de sobra que buscar vale la pena. Porque, al final, hay clementinas para todos. Para ti y para mí. Easy man, easy.









(Canción: Clementime, de Pink Martini)