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martes, 10 de mayo de 2011

Índigos (o esa pequeña proporción de alumnos extraordinarios)

Los jóvenes índigos (ellos y ellas) tienen la suerte, y lo saben, de ser esa clase de personas a las que todo el mundo quiere parecerse. Para empezar ven más colores que los demás, saben que el frío y el calor dependen de uno, saltan de un tema a otro y se orientan con facilidad en la oscuridad de las cosas complicadas. Se mueven como pez en el agua en el difícil terreno de lo abstracto, donde los límites no están claros y donde el lenguaje no basta para decir lo que se piensa, habiendo de recurrir al cine, a la música, a la metáfora, para acertar.
Los índigos tienen esa sonrisilla ligeramente torcida por la lucidez que les da saber que saben lo que a los demás se les escapa. Saben de memoria cómo soñar, confunden lo que quieren confundir y sacan las cosas de contexto para dejarlas respirar.
Cuando un índigo se pone a pensar y a hacer preguntas, cuando un índigo detecta la contradicción de la condición humana, cuando un índigo te recibe y te mira con complicidad, porque sabe que tú sabes que es un índigo, entonces no hay nada en el mundo mejor que ser su profesor de filosofía. Tengo esa suerte. Y ellos lo saben.

Vicente Abril