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sábado, 16 de abril de 2011

Apenas me levanto

Apenas me levanto ya me apetece dividir 107 entre 2. Serán cosas mías pero me hace sentir bien, feliz, diferente a los demás. Se trata, si se piensa bien, de la mejor operación posible contra la rutina y los miedos infundados.
Dividir 107 entre 2 es una de esas raras ocupaciones que nos aleja de toda impotencia, de toda incertidumbre, de todo no saber qué hacer. Porque aquí, al contrario que en la vida, se sabe exactamente cuáles son los pasos y cuál es el resultado. Es incomparable el placer de hallarse envuelto en decimales, divisores, fórmulas y demás ficciones matemáticas. Piénsese además, en el pequeño plus de placer que nos ofrece ese resto de 1, que sólo en un principio parece que se nos escapa, quedando finalmente atrapado por nuestra razón en esa humana manera de hacer las cosas que llamamos exactitud.
Al principio, con los ojos llenos de enfado matutino, la operación se muestra complicada, críptica, a medio camino entre lo par y lo impar y sin un lenguaje de traducción a la mano. Pero la primera coma entre el 0 y el 7 ya facilita las cosas, disipando la niebla de las tres cifras y presentándose el 5 como la primera respuesta. Caen entonces las primeras legañas y con ellas el 7, lo cual es el auténtico punto de inflexión en el que la batalla empieza a ser ganada. El 3 es nuestra penúltima jugada, dejando a la realidad totalmente vencida y fragmentada, quedando el innombrable 1 como algo inerme y enteramente predicho dentro de su celdita matemática.
Afrontar el resto del día con la seguridad de lo sabido es juego de niños, quienes, por cierto, nunca se dejaron engañar por las matemáticas, en las cuales supieron detectar desde el principio una estrategia de los adultos para justificar las normas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Las matemáticas, ese querido juego inventado, que es tan incuestionable como la rayuela o el parchís. Pura ficción.